La especie es diurna, manteniendo el grueso de su actividad
en las primeras y últimas horas del día. Las horas más calurosas del mediodía
suelen pasarlas descansando a la sombra de las rocas. En su búsqueda de pastos,
los íbices demuestran tener un paso seguro sobre cuestas empinadas y
resbaladizas, sobre todo cuando se hielan en invierno. Incluso saltan ágilmente
de un risco a otro sin problemas. Viven en cotas de montaña de entre 1600 y
3200 metros de altura sobre el nivel del mar, descendiendo en los meses más
duros del invierno y volviendo a ascender en verano.
Los machos se unen a las manadas de hembras y jóvenes (de 10
a 20 individuos) durante el otoño y pasan en ellas el invierno y los primeros
días de primavera. Durante el verano llevan una vida solitaria o permanecen en
grupos menores exclusivamente masculinos, donde la jerarquía viene impuesta por
la fuerza y la edad. A menudo se producen combates usando la cornamenta como
arma, tanto por el derecho a reproducirse como por la posición entre los otros
machos de la manada. Desde la extinción del lobo en su área de distribución,
los adultos carecen de depredadores naturales y sólo las crías pequeñas son
atacadas a veces por zorros, águilas y osos.
Íbice macho.
Éstas nacen tras 170 días de gestación y son normalmente una
por parto, dos en raras ocasiones. Las crías son muy precoces, capaces de
correr junto a su madre a las pocas horas y de saltar al día de nacer. Las
hembras ya son adultas al año de edad, mientras que los machos lo son a los dos
años. La esperanza de vida en libertad es de 10 a 14 años. La especie no está
amenazada de extinción en la actualidad, aunque está protegida en varios
lugares y su caza regulada con el fin de que la población de íbices no se
resienta en exceso
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